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ellas, violonchelistas y transgresoras


En la historia de la interpretación musical no abundan las mujeres instrumentistas y aún menos las solistas de renombre. A lo largo del siglo veinte las mujeres irán ocupando su propio espacio sobre el escenario, aunque el camino será tortuoso y se alargará hasta finales de siglo. Todavía se recuerda la sonada polémica en el seno de la Orquesta Filarmónica de Berlín, cuando Karajan quiso hacer un contrato de prueba a la extraordinaria clarinetista Sabine Meyer en 1983. El camino para las violonchelistas tampoco será fácil. Una de las historias más amargas es la protagonizada por Katherine Mansfield, cuya carrera como violonchelista se vio truncada por la oposición de su padre. Pero la interpretación del violonchelo cuenta con el talento de grandes mujeres. En la primera mitad del siglo pasado destacan figuras como Marguerite Caponsachi, Elsa Ruegger, Raya Garbousova, May Mukle, Madeleine Monnier, Guillermina Suggia, Galina Kozolupova, Zara Nelsova, Beatrice Harrison, Michelle Lepinte, Simone Pierrat, Amaryllis Fleming o Eva Heinitz. Desgraciadamente, la mayoría son nombres olvidados. En este breve espacio queremos hacerles un homenaje, reivindicar sus méritos, así como recoger las impresiones que provocaron en su tiempo.

Chalotte Moorman

Hasta mediados del siglo veinte, destacar en cualquier ámbito no era tarea fácil para una mujer, tampoco en el terreno artístico. En España el panorama era aún más desolador si cabe. La primera vez que se reconoció en nuestro país el sufragio femenino, junto al reconocimiento formal de igualdad entre hombres y mujeres, fue en la Constitución de 1931 de la Segunda República Española. Los tibios progresos que comenzaron a vislumbrarse en esta época se truncaron con la sublevación militar, ya que tras la Guerra Civil, como escribe Eduardo Montagut, comenzó a aplicarse el modelo falangista-católico de mujer subordinada al hombre. La lucha por el reconocimiento de los derechos de las mujeres estaba claramente arraigada en el ámbito cultural, sin embargo los méritos mostrados nunca fueron suficientes: a una luchadora como Emilia Pardo Bazán se le denegó hasta tres veces su ingreso en la Real Academia Española, y a la gran María Moliner todavía se le rechazó su ingreso en 1972. No sería hasta la época de la transición cuando la primera mujer, Carmen Conde, fuera admitida como académica.

“...esta genial artista funda su encantadora figurita de estatuita rubia con la pose violenta y fea del violonchelo...”

La primera violonchelista que citaremos será la georgiana Raya Garbousova (1906-1997), quien llegaría a ofrecer dos conciertos en Málaga. En su primera actuación, en 1928, dentro de la segunda gira que realizaba por las sociedades filarmónicas de España, esta fue la sensación que causó en el comentarista de La Unión Mercantil:

 
Raya Garbousova en 1939

Raya Garbousova, esta genial artista, funda su encantadora figurita de estatuita rubia con la pose violenta y fea del violonchelo, pero no hacemos caso de esto, nos cautivan sus primeros compases, y ya no nos importa nada; toda nuestra atención se aleja por completo de la estética del conjunto y no se preocupa de otra cosa que de seguir, nota tras nota, paso a paso y sin pestañear siquiera, lo que ella nos brinda con su arte personalísimo.

Sin pecar en lo más mínimo de egoísmo, y en materia de arte sobre todo, lo parece, pues así lo demuestran los hechos, siempre se nos ha patentizado, se nos ha puesto bien de relieve la superioridad notoria de la personalidad masculina a la femenina, esto es cierto, aunque poco galante, pero en instrumentistas, sobre todo, mucho más. Entre un violinista y una violinista, virtuosos los dos, elegimos siempre sin titubear el primero; entre pianistas de buena calidad, preferimos también a él. Pero, ahora bien, Raya Garbousova, después de oírle su concierto del pasado sábado, nos obliga a rectificarnos un poco ese concepto y la colocamos sin dudas, sin miedo, en el plano de un Casals o de un Piatigorsky. Posee la feminidad encantadora de la artista mujer, la delicadeza de dicción que quizá en el hombre sea un poco violenta y obligada, y en ellas lo es nativo… Pero no es eso sólo; hay más, bastante más. Es que la sobran bríos; tiene la robustez de arco que pudiera apetecer el más exigente; sus manos, delicadas y blanquísimas, consiguen de su violonchelo hacerle cantar en los fuertes con majestad, con derroches de sonido, y esto es admirable, sencillamente admirable, y si unimos a la pureza de su arte, el exquisito tacto para la elección del programa, deduciremos ciertamente el triunfo cariñoso que le prodigó nuestro público, que le aplaudía sin regateos todas sus obras.

Esta crítica machista refleja sin ambages el estatus y el rol que habitualmente se asociaba a las mujeres, pero entonces estos tipos de declaraciones inundaban la prensa de aquellos años. El machismo estaba anclado en la sociedad y en el poder, y la relación jerárquica entre el hombre y la mujer marcaba el comportamiento social a todos los niveles. El anterior puede ser también un ejemplo de los comentarios que recibieron las primeras intérpretes profesionales, no sólo en España sino también en otros puntos de Europa, si bien es justo decir que no siempre fue así. No creemos que sea necesario ahondar en los explícitos comentarios de Ricardo Ansaldo, autor de la crítica.

Guilhermina Suggia

El tono de la reseña del concierto que ofreció Guilhermina Suggia (1885-1950) en Córdoba en 1924 es muy distinto. El autor de la misma, Fernando Vázquez, sólo se dedica a reconocer las cualidades artísticas y musicales de la violonchelista portuguesa: “No nos importan los reclamos, sinceros o no, que han precedido a esta mujer. Para nosotros hay una realidad superior a las advertencias de la fama: la emoción. Nos ha emocionado; ha emocionado al público que asistía al 16 concierto de la Sociedad Filarmónica Cordobesa. El deleite de sentir a la música translúcida, apta para todos los corazones, invadiendo no ya el sentimiento, el conocimiento; el deleite intensamente experimentado de comprender las ideas cromáticas del inmenso J. S. Bach...” Los reclamos a los que hace referencia nuestro cronista tienen que ver con el largo romance que tuvo Suggia con Pau Casals. Se trata de un episodio no recogido en la mayoría de las biografías de Casals. Su relación, que duró unos seis años, tuvo un final traumático para ambos y se convirtió, según afirmaría Casals, en “el más cruel e infeliz episodio de mi vida”. (Baldock, 1994, 88). A pesar de que Suggia llegó a presentarse en los conciertos como Madame P. Casals-Suggia, los dos artistas decidieron borrar este capítulo de sus vidas. Sin embargo, Suggia fue una violonchelista que brilló con luz propia y en muchos de los conciertos que compartió con Casals llegó a recibir mayores elogios que el violonchelista catalán. Y es que Suggia fue una niña prodigio que ofreció sus primeros conciertos a la edad de siete años. Antes de comenzar sus estudios con Casals había trabajado con Julius Klengel en Leipzig y había debutado como solista con la Orquesta del Gewandhaus bajo la dirección de Arthur Nikisch, aunque su carrera como solista se lanzó verdaderamente tras su ruptura con Casals. Los testimonios coetáneos coinciden en señalar que era una artista extraordinaria, destacando el gran sonido que extraía a su violonchelo y el carácter temperamental de sus interpretaciones. En sus propias palabras, “estar en el escenario es comunicar con todo el cuerpo y no sólo con el violonchelo” (Anita Mercier). Suggia fue la primera mujer que hizo carrera profesional como violonchelista.

Eva Heinitz

Otra gran violonchelista fue la alemana Eva Heinitz (1907-2001). Queremos citarla porque no sólo fue reconocida como la Grande Dame of the Cello, sino también porque en el apogeo de su carrera como solista, hacia los años treinta del siglo pasado, volcó todo su empeño en la interpretación de la viola da gamba, por lo que está considerada una de las pioneras en la interpretación de música antigua con instrumentos originales. Fue una autoridad en la música de J. S. Bach y desarrolló una importante labor pedagógica en la Universidad de Washington. Según Tim Janof, Heinitz era una profesora muy exigente que mantenía gran intensidad durante sus clases, “sus opiniones eran sólidas y apasionadas, y ella las exponía con una confianza desarmada”. Gracias a que donó su violonchelo Gofriller a la Escuela de Música de la Universidad de Indiana, se conceden anualmente las Eva Heinitz Scholarship que actualmente sirven de estímulo y ayuda a los jóvenes violonchelistas. 

Por último, queremos recordar la figura de la estadounidense Charlotte Moorman (1933-1991), una violonchelista y creadora que estuvo comprometida con la música y el arte de su tiempo sin complejos ni prejuicios. Colaboró con importantes autores de la vanguardia, pero fue sin duda la musa del compositor Nam June Paik, con quien realizó varias performances que tuvieron gran éxito y repercusión mediática. La primera, la ópera Sextronique (1967), exigía que Moorman tocara el violonchelo y actuara semidesnuda, lo que la llevó a ser detenida por la policía de Nueva York en plena actuación. Esto le valió el calificativo de Topless Cellist y supuso su exclusión de los círculos clásicos. Dos años más tarde Paik creó para Moorman una de su obras más importantes, TV Bra for Living Sculpture (1969), una obra intermedial que combinaba performance, escultura y vídeo en el marco de una galería de arte, un espacio que había sido tradicionalmente para la exhibición de pintura y escultura. Fue una obra pionera de vídeo-escultura que transgredió no sólo los límites de diversas expresiones artísticas sino también los de la ciencia tradicional y la ingeniería. Paik concibió su TV Bra como una forma de humanizar la tecnología forzándola a una relación híbrida con el cuerpo humano, su idea era la de utilizar esta tecnología para subvertir los efectos nocivos de la era electrónica. Originalmente, cuando la performance se realizaba en directo, el sonido que producía Moorman con su violonchelo se filtraba a través de un procesador que cambiaba, modulaba, interrumpía y regeneraba las imágenes en directo que se reproducían en los monitores de su TV Bra.

N. J. Paik y Ch. Moorman con el dispositivo ‘TV Bra’ 

Su siguiente colaboración sigue en la línea de explorar el potencial de la televisión como objeto de arte y medio de expresión. En 1971 Paik idea su obra Concerto for TV Cello and Videotapes, para la cual se requiere un instrumento construido con tres televisores, cada uno de los cuales mostraba diferentes imágenes: una señal directa de la actuación en vivo, un vídeo-collage de otros violonchelistas y un canal de televisión sintonizado. El TV Cello poseía una sola cuerda sobre un puente que permitía producir distintos sonidos electrónicos como si de un violonchelo se tratara. Charlotte Moorman fue una artista controvertida que no dejó indiferente a nadie. Su contribución artística, desgraciadamente, no ha sido todavía lo suficientemente reconocida.

Aquí cerramos este pequeño homenaje a cuatro figuras fascinantes de nuestro instrumento, que supieron utilizar la voz de su violonchelo como arma persuasiva ante la incomprensión social y cultural que sufrieron por sus inclinaciones artísticas.

28 de diciembre de 2016.







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